"Imperioso, colérico, irascible, extremo en todo, con una imaginación disoluta como nunca se ha visto, ateo al punto del fanatismo, ahí me tenéis en una cáscara de nuez... Mátenme de nuevo o tómenme como soy, porque no cambiaré".
Marqués de Sade
Mejor conocido con su título como el Marqués de Sade, o El Divino Marqués, por sus admiradores, llevó al extremo sus ideologias, nunca negándolas, a pesar de que le llevó a una vida de persecusiones y acusaciones.
BIOGRAFIA CRONOLOGICA
No esta completa, solo unos detalles para conocer quien fué:
1740: 2 de junio, nace en París
1768: El 3 de abril, se produce el asunto Rose Keller.
El 9 de abril es detenido.
El 11/ 12 de junio es conducido a Pierre-Encise
El 16 de noviembre se ordena la libertad de Sade y se le prescribe retirarse a su tierra de La Coste.
1772: El 4 de julio se ordena la detención de Sade y de su lacayo Latour.
El 3 de septiembre el fiscal de Marsella dicta sentencia condenando a ambos reos a muerte: luego de ejecutados "sus cuerpos serán quemados y sus cenizas arrojadas al viento...".
El 8 de diciembre es apresado por orden del rey de Cerdeña y encerrado en la fortaleza. Había huído con su cuñada Mlle. Anne-Prospere de Launay.
1773: El 1 de mayo huye junto con su lacayo.
1775: Viaja por Italia bajo el nombre de conde de Maza.
1777: El 13 de febrero es encarcelado en Vincennes.
En junio es conducido a Aix y dejado en libertad. Se escapa y refugia en La Coste, pero allí es detenido nuevamente y trasladado a Vincennes, donde permanece desde el 7 de septiembre de 1778 hasta el 29 de febrero de 1784, fecha en la cual se lo traslada a la Bastilla, donde permanece detenido hasta el 2 de abril de 1790. En la Bastilla escribe entre otras obras maestras Les 120 Journées de Sodome, Aline et Valcour y la primer Justine.
1789: El 4 de julio es trasladado a Charenton-Saint-Maurice pues desde la ventana de su celda arengaba al pueblo gritando que se pretendía masacrar a los prisioneros.
1790: El 2 de abril es puesto en libertad. Total pobreza. Su mujer, recluida en un convento, se niega a verlo. Se une a la actriz Marie-Constance Quesnet y se separa de su mujer.
1793: El 8 de diciembre es detenido como moderado y se lo encierra en Madelonnettes. Es condenado a muerte de acuerdo a la requisitoria colectiva de Fonquin Tinville, pero es buscado en prisiones distintas a la que se encontraba, por lo que escapa providencialmente a la guillotina.
1794: El 15 de octubre es puesto en libertad.
1801: El 6 de marzo es arrestado por la policía del Consulado como autor de las novelas eróticas Justine y Juliette, pero en realidad su detención fue causada por creérselo autor de un panfleto anónimo titulado Zoloé dirigido contra Napoleón y Josefina especialmente. Bataille ha dicho que si bien Sade no fue el autor de dicho panfleto, merecería haberlo sido por la fuerza provocadora del mismo.
1803: El 27 de abril, después de 25 meses de detención administrativa en Sainte- Pélagie, es trasladado a Charenton, donde junto a él se instala su amante desde hace trece años, Marie-Constance. En el asilo de Charenton permanecerá hasta su muerte.
1810: Muere la mujer del marqués el 7 de julio.
El 10 de octubre el Ministro Montalviet firma el siguiente decreto:
"Considerando que el Sr. de Sade... está poseido por la más peligrosa de todas las locuras; que sus escritos no son menos insensatos que sus palabras y su conducta personal ; que dichos peligros son sobre todo inminentes en medio de seres cuya imaginación ya es de por sí débil o extraviada, DECRETA lo siguiente:
el Art. 1º El Sr. de Sade será alojado en un local completamente aislado de modo que toda comunicación ya sea con el interior o con el exterior le sea prohibida, aun contra cualquier pretexto que invocase. Se tendrá especial cuidado de prohibirle todo uso de lápices, tinta, pluma y papel...".
1814: El 2 de diciembre muere en el Asilo de aliento de Charenton el marqués de Sade.
Las cláusulas de su testamento no se cumplieron, en él había pedido que "...Una vez tapada, la fosa será sembrada de bellotas, para que en futuro se confunda mi sepulcro y el bosque. De es esta manera los rastros de mi tumbadesaparecerán de la superficie de la tierra, como me precio que mi memoria se borrará del espíritu de los hombres; excepto, pese a todo, del pequeño número de los que han querido amarme hasta el último momento y de quienes llevaré un dulce recuerdo a la tumba".
SU OBRA
1782 - Diálogo entre un sacerdote y un moribundo.
Ofrece la discusión entre un hombre que se encuentra en el umbral de la muerte y un sacerdote que acude con la intención de convencerlo para que se arrepienta de sus pecados y muera como un buen cristiano.
El moribundo, sin embargo, es hombre ingenioso y filósofo. No se deja engatusar por los débiles argumentos del cristinanismo, expuestos por el cura, y los va rebatiendo uno por uno, con esa habitual lógica de Sade, no muy profunda, pero sí clara y aparentemente mucho más propia del sentido común que las estúpidas supersticiones en las que intentan basar su fe los seguidores de Jesús.
Una obra, en fin, que no destaca entre las demás, pero que tiene tanta calidad como cualquier fragmento de las otras y es, además, para quien no conozca la obra del marqués, una excelente introducción a su pensamiento.
1785 - Las ciento veinte jornadas de Sodoma o La escuela del libertinaje.
Sade lleva dándole vueltas durante bastante tiempo a un proyecto mostruoso: escribir la obra más libertina, más repulsiva y más detestable de toda la historia de la Literatura, narrar en ella los acontecimientos más horribles, las infamias más monstruosas, y hacerlo, sin embargo, con tal maestría, que no pueda negarse a esta obra, aparte de su evidente originalidad, el mérito literario.
No cabe duda de que si hay alguien capaz de realizar este proyecto es él, de modo que se pone manos a la obra. Ante el peligro de que confisquen sus papeles idea la siguiente estratagema: copia los borradores que ya poseía y los amplía, escribiéndolos en hojitas de 11 centímetros pegadas unas a otras, que acaban formando un rollo de 12'10 metros de longitud, escrito por ambas caras con una letra minúscula.
El trabajo lo realiza en 37 días, de siete a diez de la noche, terminándolo el 27 de Noviembre por la mañana. El resultado es un pequeño "libro" que puede esconderse en cualquier parte, y escapar así de la censura.
Las 120 jornadas de Sodoma. Se dirá que es detestable, que toda esta serie de aberraciones y de perversiones no conducen a nada, se lanzarán mil criticas sobre ella, tachándola de ser el libro más abominable de la historia sin comprender que justamente eso es lo que hace que sea uno de los más importantes.
El autor mismo se jacta de ello en la introducción:
"Es ahora, querido lector, cuando hay que preparar tu corazón y tu espíritu al relato más impuro que jamás ha sido hecho desde que el mundo existe, no encontrándose un libro semejante ni en los antiguos ni en los modernos".
Con Las 120 jornadas de Sodoma, Sade consigue crear una obra más allá de la cual no hay nada.
Aquí ya no hay aventuras entretenidas, sino una larga serie de descripciones libertinas, enumeradas y clasificadas, únicamente interumpidas por los cortos comentarios de los oyentes.
Las perversiones y el horror nos bombardean sin descanso y el autor sabe ir desarrollando un crescendo tal que, cuando al final de una escena creemos que ya no se puede añadir nada más espantoso, la siguiente nos demuestra lo contrario, y el espectador se va sumergiendo en una atmósfera de horror y perversión tan profunda que, cuando por fin llegamos a la última de las perversiones, titulada "el infierno", uno cree haber llegado precisamente a este lugar.
Que este es el libro más espantoso que se ha escrito nunca, pocos se atreverían a negarlo. Que se le pueda superar, lo dudo. Sería necesario escribir una obra parecida pero más larga, lo cual casi la forzaría a ser aburrida y, además, acabaría dando la impresión de ser una mala imitación.
1786 - Aline y Valcour o La novela filosófica, publicada en 1795.
1787 - Los infortunios de la virtud, primera versión de Justina.
1788 - Justina o los infortunios de la virtud, publicada en 1791.
El argumento trata de la vida desgraciada de Justine, una jovencita a la que la Naturaleza ha dotado de un irresistible impulso hacia la virtud, pero que ha tenido la desgracia de nacer en un mundo lleno de libertinos.
Ella y su hermana Juliette son huérfanas y se ven obligadas a buscarse la vida como pueden, pero mientras que Juliette, inclinada naturalmente al vicio, decide prostituirse, la buena de Justine se empeña en querer llevar una vida virtuosa. Va pasando por las manos de varios libertinos que la usan para sus extrañas fantasías y a duras penas logra salvar la vida.
Juliette, en cambio, progresa gracias al vicio y acaba convirtiéndose en la señora de Lorsage. Un día se encuentra con una joven a la que conducen para ser juzgada y que resulta ser Justine, aunque inicialmente las dos hermanas no se reconocen.
La pequeña le relata su historia de infortunios y al final Juliette se da cuenta de que se trata de Justine, la rescata de la justicia y se ocupa de ella.
El relato que Justine hace de sus infortunios, en primera persona, constituye el grueso de la novela.
Al final, cuando por fin ha conseguido revivir gracias a su hermana, es alcanzada por un rayo. Juliette reconoce en ello un aviso del cielo y se retira a un convento, arrepintiéndose de su vida anterior.
1795 - La filosofía en el tocador.
La mejor obra de Sade, al menos desde el punto de vista estrictamente literario, es este pequeño diálogo titulado, muy acertadamente La filosofía en el tocador.
Al estar concebida como si fuese una obra de teatro, se dan en ella las unidades de lugar, tiempo y acción, lo que le proporciona una coherencia y una claridad, especialmente necesarias con un escritor como Sade, que suele dejarse llevar demasiado fácilmente por su desbordante imaginación.
La novela trata de la perversión de una joven llamada Eugène por un grupo de libertinos entre los cuales destaca Dolmance, un personaje típicamente sadiano (sodomita, ingenioso, cruel, egoista, etcétera). Con él colabora Mme. de Saint-Ange, mujer disoluta que ha ido progresando poco a poco en el terreno del libertinaje, y se esfuerza continuamente por progresar más aún.
Una buena parte de la obra la forman las escenas eróticas que estos dos personajes forman con Eugène, una joven que, hasta el momento ha llevado una vida normal, pero a la que la amistad reciente con Mme. de Saint-Ange, unida su juventud y a su temperameto, la impulsan irresistiblemente al vicio.
Estas escenas se van alternando, como ocurre siempre en las obras del marqués, con largos discursos filosóficos sobre distintos temas relacionados con el libertinaje.
Pero no sólo es admirable la selección de los personajes y la construcción del discurso filosófico, sino que toda la obra está dominada por un crescendo, por una lenta introducción en el vicio de la joven Eugène, verdaderamente propia de un maestro.
La joven comienza besando a su amiga y acaba cosiendo la entrepierna de su madre con hilo y aguja, para que no se escape la enfermedad venérea que le acaba de introducir el lacayo Lapierre.
En medio de estas dos acciones tan dispares hay una auténtico desarrollo del discurso libertino, alternado, como es habitual en Sade, con la práctica. Sin duda se filosofa de manera diferente con la cabeza caliente que fría; esto lo sabía bien el marqués, que lo refleja en esta obra mejor que en ninguna otra.
No hay obra más recomendable que esta de todas las que escribió el marqués. Vemos en ella una perfecta exposición filosófica de sus principales ideas, los caracteres están mejor dibujados y son más variados (a pesar de su escaso número) que los de ninguna otra , las escenas contienen a la vez erotismo y horrores. Es como si toda la obra de Sade estuviese condensada en un libro que, curiosamente, es también uno de los más cortos.
1797 - La nueva Justina.
Es la obra más extensa de Sade. Se parece mucho a Justine, pero está narrada desde el punto de vista contrario: el de su hermana Juliette, una libertina de nacimiento cuyos vicios se incrementan con los que va conociendo a lo largo de toda la narración.
Constantemente se ve rodeada de otros libertinos a los que se esfuerza por investigar e imitar, con lo que el marqués dispone de un excelente argumento para ir mostándonos sus extensos conocimientos sobre su tema preferido.
La Historia de Juliette es, en realidad, una largísima sucesión de actos y razonamientos libertinos, que el marqués agrupa mediante el argumento de la vida de Juliette.
El marqués se esfuerza, mas que en ninguna otra obra, en crear todas las situaciones posibles, en agotar todas las combinaciones.También abundan los discursos libertinos, demasiado largos para exponerlos aquí, pero muy interesantes.Sade no ahorra páginas para exponer sus pensamientos y hasta tal punto abunda la filosofía en esta obra, es tan extenso y tan variado su tratamiento, que casi podría decirse que la Historia de Juliette es al sexo lo que La Crítica de la Razón Pura es a la metafísica: la mejor y más completa exposición filosófica del tema.
1799 - Los crímenes del amor, novelas breves.
1812 - Adelaida de Brunswick, princesa de Sajonia.
1813 - Historia secreta de Isabel de Baviera, reina de Francia; La marquesa de Gange.
Dividiendo un poco las ideas de Sade, se pueden tomar en cuenta 2 grandes corrientes en sus obras, una es la parte excesiva y llena de "perversiones" de las que era expositor, no solo literaria sino físicamente, y otra, es el hecho de que su obra ha trascendido tanto porque no era solo una serie de relatos cada uno mas atroz que el otro, sino porque estaban cargados de una exposición de filosofía y ateismo de las que era partidario.
DIALOGO ENTRE UN SACERDOTE Y UN MORIBUNDO
Este Diálogo fue publicado por primera vez, en 1926, por Maurice Heine (Stendhal et Compagnie, París), en 500 ejemplares numerados, respetando, dice Heine en su Introducción, “la graphie del original, salvo lapsus calami evidente”.
Es, pues, según esta edición, la traducción que ahora les ofrecemos
EL DIALOGO
El Sacerdote
Llegado el instante fatal en que el velo de la ilusión sólo se desgarra para dejar al hombre reducido al cuadro cruel de sus errores y sus vicios, ¿no te arrepientes, hijo mío, de los múltiples desordenes a los que te condujo la humana debilidad y fragilidad?
El Moribundo
Sí, amigo mío, me arrepiento.
El Sacerdote
Pues bien, aprovecha estos remordimientos felices para obtener del cielo, en este corto intervalo, la absolución general de tus faltas, y piensa que es por la mediación del santísimo sacramento de la penitencia que te será posible obtenerla del Eterno.
El Moribundo
No nos comprendemos.
El Sacerdote
¡Cómo!
El Moribundo
Te he dicho que me arrepentía.
El Sacerdote
Así lo oí.
El Moribundo
Sí, pero sin comprenderlo.
El Sacerdote
¿Qué interpretación?.
El Moribundo
Esta. Creado por la naturaleza con inclinaciones ardorosas, con pasiones fortísimas, únicamente colocado en este mundo para entregarme a ellas y para satisfacerlas, y estos efectos de mi creación no siendo más que necesidades relativas a las primeras vistas de la naturaleza, o, si lo prefieres, sólo derivaciones esenciales de sus proyectos sobre mí, todos en razón de sus leyes, sólo me arrepiento de no haber reconocido bastante su omnipotencia, y mis únicos remordimientos sólo se refieren al mediocre uso que hice de las facultades (criminales según tú, según yo muy simples) que ella me había dado para servirla.
La he resistido algunas veces, de eso me arrepiento. Cegado por tus sistemas absurdos, con ellos combatí toda la violencia de los deseos que había recibido de una inspiración más que divina, de eso me arrepiento.
Coseché sólo flores cuando pude hacer una amplia cosecha de frutos Estos son los justos motivos de mi pesar. Estímame en algo para no atribuirme otros.
El Sacerdote
¡A dónde te arrastran tus errores, a dónde te conducen tus sofismas! Prestas a la cosa creada todo el poder del creador. ¿No ves que esas desdichadas tendencias que te extravían no son más que efectos de la naturaleza corrompida, a la cual atribuyes toda la potencia?
El Moribundo
Amigo, me parece que tu dialéctica es tan falsa como tu espíritu. Quisiera que razonaras más exactamente o que me dejaras morir en paz. ¿Qué entiendes por creador, y qué entiendes por naturaleza corrompida?
El Sacerdote
El Creador es el dueño del universo, es él quien lo ha hecho todo, lo ha creado todo, y quien conserva todo por un simple efecto de su omnipotencia.
El Moribundo
Es un gran hombre, sin duda. Pues bien, dime por qué este hombre, que es tan poderoso, ha hecho sin embargo, según tú, una naturaleza corrompida.
El Sacerdote
¿Cuál hubiera sido el mérito de los hombres si Dios no les hubiere dejado su libre arbitrio, y qué mérito hubiesen tenido para disfrutarlo si no hubiera habido en la tierra la posibilidad de hacer el bien y la de evitar el mal?
El Moribundo
Así, pues, tu dios ha querido hacerlo todo oblicuamente sólo para tentar o probar a su criatura. ¿No la conocía pues, no sospechaba pues el resultado?
El Sacerdote
Sin duda que la conocía, pero una vez más quería dejarle el mérito de la elección.
El Moribundo
¿Para qué, desde el momento que sabía el partido que tomaría y sólo dependía de él, ya que le proclamas tan omnipotente, y sólo dependía de él, repito, el hacerla tomar el bueno?
El Sacerdote
¿Quién puede comprender los designios inmensos e infinitos de Dios con respecto al hombre, y quién puede comprender todo lo que vemos?
El Moribundo
Aquel que simplifica las cosas, amigo mío, sobre todo aquel que no multiplica las causas para mejor enredar los efectos. ¿Para qué necesitas una segunda dificultad cuando no puedes explicar la primera, y desde el momento en que es posible que la naturaleza, haya hecho por sí sola lo que le atribuyes a tu dios, por qué quieres buscarle un amo? La causa de que no comprendas es quizá lo más simple del mundo. Perfecciona tu física y comprenderás mejor la naturaleza, depura tu razón y entonces no tendrás necesidad de tu dios.
El Sacerdote
¡Desdichado! Sólo te creía sociniano, tenía armas para combatirte, pero veo claramente que eres ateo, y desde el momento en que tu corazón se niega a la inmensidad de las pruebas auténticas que recibimos cada día de la existencia del creador, no tengo nada más que decirte. No se le da luz a un ciego.
El Moribundo
Amigo mío, admite un hecho, de los dos, el más ciego es seguramente aquel que se pone una venda que el que se la arranca. Tú edificas, inventas, multiplicas, yo destruyo, simplifico. Tú agregas error sobre error, yo los combato. ¿Cuál de los dos es el ciego?
El Sacerdote
¿No crees, pues, en Dios?
El Moribundo
No. Y esto por una simple razón. Es perfectamente imposible creer en lo que no se comprende. Entre la comprensión y la fe deben existir conexiones inmediatas; la comprensión es el primer alimento de la fe; cuando la comprensión no actúa muere la fe, y ésos que en tal caso pretendieran tenerla, mienten.
Te desafío a que creas en el dios que me predicas ya que no sabrías demostrármelo, ya que no está en ti el definírmelo, y, por lo tanto, no lo comprendes y desde el momento en que no lo comprendes no puedes suministrarme de él ningún argumento razonable, pues, en una palabra, todo lo que está por encima de los límites del espíritu humano es quimera o inutilidad.
Si tu dios no puede ser más que una u otra cosa, en el primer caso sería un loco si creyera en él; un imbécil, en el segundo.
Amigo mío, pruébame la inercia de la materia y te concederé el creador. Pruébame que la naturaleza no se basta a sí misma y te prometo suponerle un dueño. Hasta entonces, nada esperes de mí, sólo me rindo a la evidencia y sólo la recibo de mis sentidos; dónde ellos se detienen allí mi fe queda sin fuerzas. Creo en el sol porque lo veo, lo concibo como el centro de reunión de toda la materia inflamable de la naturaleza, su marcha periódica me complace sin asombrarme.
Es una operación de física, acaso tan simple como la de la electricidad, pero que no nos está permitido comprender. ¿Qué necesidad tengo de ir más lejos? ¿Cuándo me hayas levantado los andamios de tu dios por encima de esto, qué habré avanzado? ¿No necesitaré hacer tanto esfuerzo para comprender al obrero como el gastado en definir la obra? Por consiguiente, no me has prestado ningún servicio con la edificación de tu quimera, has turbado mi espíritu sin iluminarlo, y debo odiarte en vez de agradecerte.
Tu dios es una máquina que fabricaste para que sirva a tus pasiones, y la has hecho mover a tu capricho, pero desde el momento en que incomoda los míos permíteme que la haya derribado. En el instante en que mi alma débil tiene necesidad de calma y de filosofía no vengas a espantarla con tus sofismas, que la asustarían sin convencerla, que la irritarían sin hacerla mejor.
Amigo mío, esta alma es lo que la naturaleza quiso que fuera, es decir, el resultado de los órganos que ha querido formarme en razón de sus designios y de sus necesidades; y como ella tiene una necesidad igual de vicio y de virtud, cuando quiso llevarme hacia el primero así lo ha hecho, cuando ha querido la segunda, me ha inspirado deseos por ella, y me ha entregado a ambos de igual modo. Busca sus leyes como única causa de nuestra inconsecuencia humana, y no busques a sus leyes más principios que su voluntad y su necesidad.
El Sacerdote
Así pues, todo es necesario en el mundo.
El Moribundo
Seguramente.
El Sacerdote
Pues, si todo es necesario, todo está, pues, regulado.
El Moribundo
¿Quién dice lo contrario?
El Sacerdote
¿Y quién pudo arreglarlo todo como está si no es una mano omnipotente y sabia?
El Moribundo
¿No es necesario que la pólvora se inflame cuando se le aplica el fuego?
El Sacerdote
Sí.
El Moribundo
¿Y qué sabiduría encuentras en eso?
El Sacerdote
Ninguna.
El Moribundo
Es posible, pues, que haya cosas necesarias sin sabiduría, y posible, por consiguiente, que todo derive de una causa primera, sin que haya razón ni sabiduría en esta primera causa.
El Sacerdote
¿A dónde quieres llegar?
El Moribundo
A probarte que todo puede ser lo que es y lo que no es, sin que ninguna causa sabia y razonable lo conduzca, y que efectos naturales deben tener causas naturales, sin que haya necesidad de suponerle otras antinaturales, como lo sería tu dios, ya que él mismo tendría necesidad de explicación sin suministrar ninguna. Y, por consiguiente, desde que tu dios no es bueno para nada, es perfectamente inútil; y como hay gran probabilidad de que todo lo inútil es nulo y de que todo lo nulo es la nada, así pues, para convencerme de que tu dios es una quimera no tengo necesidad de otro razonamiento fuera del que me suministra la certeza de su inutilidad.
El Sacerdote
Sobre este pie me parece innecesario hablarte de religión.
El Moribundo
¿Por qué no? Nada me divierte tanto como la prueba del exceso de fanatismo y de la imbecilidad humana sobre este punto.
Son extravíos tan prodigiosos que el cuadro, aunque horrible, a mi juicio es siempre interesante. Responde con franqueza, y, sobre todo, destierra el egoísmo.
Si fuera tan débil que me dejara sorprender por tus ridículos sistemas de la existencia del ser que hace necesaria la religión, ¿bajo cuál forma me aconsejarías que le rindiera culto? ¿Quisieras que adoptara los desvaríos de Confucio mas bien que los absurdos Brahama? ¿Qué adorara a la gran serpiente de los negros, al astro de los peruanos o al dios de los ejércitos de Moisés? ¿A cual de las sectas de Mahoma quisieras que me rindiese? ¿Qué herejía de los cristianos es, a tu juicio, preferible? Cuidado con tu respuesta.
El Sacerdote
¿Puede ser dudosa?
El Moribundo
Dila, pues, egoísta.
El Sacerdote
No, sería amarte tanto como a mí si te aconsejara lo que yo creo.
El Moribundo
Y es querernos muy poco el escuchar semejantes errores.
El Sacerdote
¿A quien pueden cegar los milagros de nuestro divino redentor?
El Moribundo
A quien no vea en él sino al más ordinario de todos los bribones y al más vulgar de todos los impostores.
El Sacerdote
¡Dios, le escucháis sin descargar vuestra ira!
El Moribundo
No, amigo mío, todo está en paz porque tu dios, sea por impotencia, sea por razón, o, en fin, por lo que tú quieras, en un ser al que admito por un momento sólo por condescendencia a ti, o, si lo prefieres, para prestarme a tus pequeños designios, porque ese dios, repito, si existiera como tienes la locura de creerlo, no puede, para convencernos, haber tomado los medios tan ridículos como los que tu Jesús supone.
El Sacerdote
¡Cómo, las profecías, los milagros, los mártires, no son pruebas!
El Moribundo
¿Cómo quieres, en buena lógica, que pueda recibir como prueba aquello que necesita probarse?
Para que la profecía sea una prueba sería necesario, primeramente, que yo tuviera la certidumbre completa de que ha sido hecha; pues, al consignársela en la historia sólo tiene para mi la fuerza de los otros hechos históricos, dudosos en sus tres cuartas partes; y si a esto agrego la apariencia más que verdadera de que me han sido transmitidos por historiadores interesados, estaría, como lo ves, más que en mi derecho para dudar de ellos. ¿Quién me asegura, por otra parte, que esa profecía no ha sido hecha con posterioridad, que no ha sido el efecto de la combinación de la más simple política como la de concebir un reino feliz bajo un rey justo, o la de la helada en invierno? Y si esto es así, ¿cómo quieres que la profecía, al tener tanta necesidad de ser probada, pueda convertirse en prueba?
Con respecto a tus milagros, ellos tampoco se me imponen. Todos los bribones los han hecho, y todos los tontos los han creído. Para persuadirme de la verdad de un milagro tendría necesidad de estar muy seguro de que el acontecimiento que tú llamas de esa manera fuera absolutamente contrario a las leyes de la naturaleza, pues sólo lo que está fuera de ella puede pasar por milagro.
¿Y quién la conoce bastante para atreverse a afirmar cuál es precisamente el punto en que se detiene y cuál es el que infringe? Bastan dos cosas para acreditar un pretendido milagro, un titiritero y unas mujerzuelas. Vamos, no busques jamás un origen distinto para los tuyos. Todos los nuevos sectarios los han hecho, y, lo que es más singular, todos encontraron imbéciles para creerles.
Tu Jesús no ha hecho algo más singular que Apolonio de Tiana, y, sin embargo, nadie ha pensado en tomar a éste por un dios.
En cuanto a tus mártires, éste es el más débil de tus argumentos, sólo falta él entusiasmo y la resistencia para hacer mártires, y mientras la causa opuesta me ofrezca tantos como la tuya, jamás estaré lo suficientemente autorizado para creer a la una mejor que la otra, sino muy inducido, en cambio, a suponer despreciables a ambas. ¡Amigo mío! Si fuera verdad que existe el dios que predicas, ¿tendría necesidad de milagro, mártir o profecía para establecer su imperio? Y si, como dices, el corazón humano fuera su obra, ¿no sería ése el santuario que hubiera elegido para su ley? Esta ley igual, pues emanaría de un dios justo, se encontraría de manera irresistible grabada igualmente en el corazón de todos, y, de un extremo al otro del universo, todos los hombres, al ser semejantes por ese órgano delicado, igualmente serían semejantes por el homenaje que rendirían al dios que le hubiera dado este corazón, no tendrían más que una manera de amarlo, más que una manera de adorarlo y servirlo y tan imposible les sería desconocer ese dios como resistir a la inclinación secreta de su culto.
¿En vez de eso, no veo en el universo tantos dioses como países; tantas maneras de servir a esos dioses como diferentes cabezas o diferentes imaginaciones hay? Esta multiplicidad de opiniones, en la cual físicamente me es imposible elegir, ¿sería, a tu juicio, la obra de un dios justo?. Vamos, predicante, ultrajas a tu dios al presentármelo de esta manera. Déjame negarlo completamente, pues si existiera, entonces le ultrajaría menos mi incredulidad que tus blasfemias.
Vuelve a la razón, predicante, tu Jesús no vale más que Mahoma, Mahoma, menos que Moisés, y estos tres, menos que Confucio, quien, sin embargo, dictó algunos buenos principios mientras que los otros tres disparataban. Pero, en general, todos éstos no son más que impostores, de los cuales el filósofo se ha burlado, y a los cuáles la canalla ha creído, y a los cuales la justicia hubiera debido ahorcar.
El Sacerdote
¡Ay de mí, sólo lo hizo con uno!
EI Moribundo
Era el que más lo merecía. Sedicioso, turbulento, calumniador, bribón, libertino, grosero,farsante y malvado peligroso, poseía el arte de engañar al pueblo y mereció, por lo tanto, el castigo de un reino en el estado en que se encontraba entonces el de Jerusalem.
Fueron muy prudentes al deshacerse de él, y es quizás el sólo caso en que mis máximas, extremadamente dulces y tolerantes por lo demás, admiten la severidad de Temis. Excuso todos los errores, salvo aquellos que pueden ser peligrosos para el gobierno en que se vive. Los reyes y sus majestades son las únicas cosas que se me imponen, las únicas que respeto, pues quien no ama a su país y a su rey, no Es digno de vivir.
El Sacerdote
Pero, en fin, admitirás algo después de esta vida, es imposible que tu espíritu no se haya complacido, algunas veces, en atravesar la espesura tenebrosa de la suerte que nos espera. ¿Qué sistema puede ser más satisfactorio que el de una multitud de penas para quien vivió mal y el de una eternidad de recompensas para quien vivió bien?
El Moribundo
¿Cuál, amigo mío? El sistema de la nada nunca me ha espantado: es consolador y simple. Todos los otros son obra del orgullo, sólo éste lo es de la razón.
Por lo demás, no es ni espantosa ni absoluta esa nada. ¿No tengo ante mi vista el ejemplo de las generaciones y regeneraciones de la naturaleza? Nada perece, amigo mío, nada se destruye en el mundo. Hombre hoy, gusano mañana, pasado mañana mosca, ¿no es siempre existir? ¿Y por qué quieres que me recompensen por virtudes cuyo mérito no tengo, o me castiguen por crímenes cuyo dueño no he sido? ¿Puedes conciliar la bondad de tu pretendido dios con este sistema, y puede él haber querido crearme para darse el placer de castigarme, y esto sólo a consecuencia de una elección de la que no he sido dueño?
El Sacerdote
Lo eres.
El Moribundo
Sí, según tus prejuicios. Pero la razón los destruye. Y el sistema de la libertad humana sólo fue inventado para fabricar el de la gracia que llegó a ser tan favorable a tus desvaríos. ¿Qué hombre en el mundo, si viera el patíbulo junto al crimen, lo cometería si fuera libre de no cometerlo? Una fuerza irresistible nos arrastra, y ni por un instante somos dueños de determinarnos por nada que no esté del lado hacia el cual nos inclinamos.
No hay una sola virtud que no sea necesaria a la naturaleza; y, reversiblemente, ni un solo crimen del que no tenga necesidad, y toda su ciencia consiste en el perfecto equilibrio en que mantiene a ambos. ¿Podemos ser culpables del lado hacia el que nos arroje? Tanto como la avispa que clava su aguijón en tu piel.
El Sacerdote
Así, pues, ¿los crímenes más grandes no deben inspirarnos ningún espanto?
El Moribundo
No he dicho eso. Basta que la ley lo condene y que la cuchilla de la justicia lo castigue para que nos inspire la aversión o el terror, pero desde que desdichadamente se haya cometido, hay que saber tomar su partido y no entregarse a estériles remordimientos. Su efecto es vano, pues no pudo preservarnos de él; nulo, pues no lo repara.
Es absurdo, pues, entregarse a los remordimientos, y más absurdo aun temer el castigo en el otro mundo si somos bastante dichosos de haber escapado al castigo de éste. Dios no quiera que vaya con esto a estimular el crimen, hay que evitarlo tanto como se pueda, pero es por la razón que es necesario huirle, y no por falsos temores que no consiguen nada, y cuyo efecto se destruye tan rápido en una alma firme.
La razón amigo mío- sí, sólo la razón debe advertirnos que perjudicar a nuestros semejantes no puede jamás hacernos felices, y nuestro corazón, que contribuir a su felicidad es la mas grande que la naturaleza nos haya acordado en la tierra.
Toda moral humana Se encierra en esta sola frase: hacer a los demás tan felices como uno mismo desea serlo, y no causarles nunca. un mal que no quisiéramos recibir. Estos son, amigo mío, estos son los únicos principios que debemos seguir y no hay necesidad de religión ni de dios para apreciados y admitirlos: Sólo se necesita un buen corazón.
Pero siento que me debilito, predicante, abandona tus prejuicios: sé hombre, sé humano, sin temor y sin esperanza, abandona tus dioses y tus religiones. Todo esto sólo es bueno para poner cadenas en las manos de los hombres, y el solo nombre de todos estos horrores ha hecho verter más sangre en la tierra que todas las otras guerras y plagas juntas.
Renuncia a la idea del otro mundo, no lo hay, pero no renuncies al placer de ser feliz y de hacer la felicidad en éste. Esta es la única manera que te ofrece la naturaleza rara duplicar o extender tu existencia.
Amigo mío, la voluptuosidad siempre fue el más querido de mis bienes, le he ofrecido incienso toda mi vida, y quiero terminarla en sus brazos. Mi fin se aproxima. Seis mujeres más bellas que el día están en el cuarto vecino, las reservaba para este momento. Toma de ellas tu parte, trata de olvidar en su seno, a ejemplo mío, todos los vanos sofismas de la superstición y todo los imbéciles errores de la hipocresía.
NOTA
El moribundo llamó, las mujeres entraron y el predicante se convirtió en sus brazos en un hombre corrompido por la naturaleza, por no haber sabido explicar lo que era la naturaleza corrompida.
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