Para terminar el ciclo sobre el taoismo, un cuento:
Hubo una vez un maestro de esgrima que se llamaba Shoken. En su casa, una gran rata hacía de las suyas. Aun durante el día se paseaba por la casa con toda frescura. Entonces él cerró la habitación y esperó que el gato de la casa la atrapara. Pero la rata, de un salto, hizo presa del hocico del gato que escapó maullando de dolor. Aquello, pues, no se arregló.
Entonces el dueño de casa trajo varios gatos que gozaban de mucha reputación en la vecindad. La rata se acurrucaba en una esquina y cuando se acercaba un gato, saltaba, lo mordía y lo ponía en fuga. La rata resultaba tan combativa que los gatos rehuían acercarse otra vez. Shoken perdió la paciencia y se puso él mismo en persecución de la rata. Pero ella esquivaba a maravilla los tajos del maestro de esgrima que no lograba acertarle. Rompió así puertas y enseres, pero la rata saltaba como una exhalación, hacía el quite a todos los tajos, hasta que al final le saltó al rostro y le mordió.
Bañado en sudor, llamó finalmente a su criado: «Se dice que a seis o siete leguas de aquí hay un gato que es el más valeroso del mundo. Vete y tráelo.» El criado trajo el gato, que no le causó especial impresión, pero cerró la puerta dejándolo adentro. El gato entró con gran paz como si no esperara nada especial. La rata se quedó sorprendida y no se rebulló. Y el gato se acercó con toda calma, le dio una dentellada y se la llevó.
A la tarde se reunieron los gatos derrotados en la casa de Shoken. Con todo respeto hicieron que el viejo gato se sentara en el puesto de honor, le hicieron reverencias y le dijeron con modestia: «Todos nosotros pasamos por valerosos. Nos hemos entrenado para atacar, hemos afilado muy bien las uñas y hemos conseguido vencer todo tipo de ratas y otras alimañas. Nunca habíamos creído que pudiera haber una rata tan robusta, ¿Con qué táctica has conseguido derrotar tan fácilmente a esa rata? No nos ocultes tu arma secreta.”
El viejo gato se rió y dijo: «Vosotros, jovencitos, ciertamente sois valientes. Pero no conocéis bien las tácticas a emplear. Por eso, cuando se presenta lo inesperado, fracasáis. Pero contadme primero cómo os habéis entrenado.»
Entonces se adelantó un gato y dijo: «Provengo de una familia famosa en la caza de ratas. Por eso opté por esa táctica. Puedo saltarme biombos de dos metros de altura. Puedo deslizarme por agujeros estrechos por los que sólo una rata sabe pasar. Desde la infancia me ejercité en toda suerte de acrobacias. Cuando estoy todavía despertando del sueño y veo una rata que corre por las vigas, en seguida la atrapo. Pero esta rata era más fuerte y he sufrido la derrota más grande de mi vida, Estoy avergonzado.»
El viejo gato le dijo: «Tú no te has entrenado más que en la técnica. Y no tienes en la cabeza otro pensamiento que ganar la batalla, De esta manera sólo pensabas en triunfar, Cuando los viejos enseñaban la técnica, lo hacían para mostrar uno de los caminos que llevan al triunfo. Y eran técnicas sencillas, pero que encerraban dentro de sí la verdad más excelsa. Pero los que los siguieron no se ocupan ya más que de la técnica. Se obtienen ciertamente resultados, por ejemplo, cuando prescriben que haciendo esto y esto, se obtiene esto o lo otro. Pero, ¿qué se logra con ello? Unicamente un poco de destreza. Y al abandonar el viejo camino tradicional, poniendo en juego los mejores recursos, surge la emulación en la técnica hasta el agotamiento, y desde ese momento ya no hay progreso posible. Y así tiene que ser si no interesa más que la técnica y el saber. Cierto que el saber es una función del espíritu; pero, si no marcha por el verdadero camino y sólo atiende a la destreza, no es más que un error y sus logros son contraproducentes. Por tanto reflexiona y emprende el verdadero camino.»
Entonces se acercó un hermoso gato de piel atigrada y dijo: «En el arte militar todo depende, creo, del espíritu. Por eso siempre he cultivado esa cualidad. Y he llegado a tener un temple de acero. Un espíritu libre y lleno del espíritu del cielo y de la tierra. En cuanto veo al enemigo, mi espíritu invencible lo deja hechizado, y gano la batalla aun antes de empezar. Sólo entonces sigo adelante de manera instintiva, como lo exige la situación. Me oriento por el ruido de mi adversario, acoso a la rata como me place, a derecha, a izquierda, cortándole siempre la retirada. De la técnica propiamente dicha no me preocupo; la dictan las circunstancias. Una rata que corre por la viga, la clavo con mi mirada, y cae y es mía. Pero esta misteriosa rata aparecía y desaparecía sin dejar rastro. ¿Qué es esto? No lo sé.»
El viejo gato le contestó: «Eso que tanto te interesa es ciertamente un efecto que proviene de la gran energía que llena el cielo y la tierra, Pero lo que has conseguido no es más que una fuerza psíquica, no es algo que merezca verdaderamente el nombre de bueno; el hecho mismo de que eres consciente de la energía con que quieres vencer, obstaculiza la victoria. Tu Yo está en acción. Pero si el Yo del otro es más fuerte que el tuyo, ¿qué ocurrirá? Si quieres derrotar a tu enemigo con la ventaja de tu fuerza, él te opondrá la suya. ¿0 te imaginas que sólo tú eres fuerte y todos los demás débiles? Pero, ¿cómo hay que comportarse cuando hay algo que quiere triunfar con una mejor voluntad y no precisamente con la ventaja de la propia fortaleza? ¡ahí está el problema! Esa agilidad y temple de acero y de energía que llena el cielo y la tierra, no es aún la Gran Energía sino un reflejo suyo. Es tu propio espíritu, pura sombra del Gran Espíritu. Tiene la apariencia de la Gran Energía, pero en realidad es totalmente distinta. El espíritu de que habla Menzius es poderoso porque está siempre penetrado por la gran sabiduría. Se diferencia como la corriente perenne de un gran río, como el Yang-tse Kiang, comparado con un torrente repentino y pasajero. Pero ¿cuál es el espíritu que hay que poseer cuando nos enfrentamos a algo que no puede ser derrotado por ninguna fuerza espiritual condicionada? ¡Ese es el problema! Dice un refrán: «Una rata acosada muerde al gato.» Si el enemigo está en peligro de muerte, no guarda miramientos, se olvida de su vida, de sus apuros y de sí mismo y no tiene preocupación por victorias ni derrotas. No se preocupa siquiera de su existencia. Y, por eso, su voluntad es dura como el acero. ¿Cómo podremos vencerle con unas fuerzas que tenemos la pretensión de poseer?»
Entonces avanzó lentamente un gato pardo más viejo y dijo:«Efectivamente es como tú dices, La fuerza psíquica, por poderosa que sea, tiene una forma. Pero, lo que tiene forma, por pequeño que sea, puede atraparse. Por eso, desde hace mucho tiempo he procurado entrenar la energía del corazón. Yo no pongo en juego, como el segundo gato, esa energía que domina al adversario espiritualmente. Ni hago las acrobacias del primer gato. Me reconcilio con el adversario, me pongo de acuerdo con él y no le contrarío. Si el otro es más fuerte que yo, cedo sin más y hago lo que él quiere. Mi habilidad, en cierto modo, es ir recogiendo las piedras en saco roto. Una rata que me quiere atacar, por fuerte que sea, no tiene dónde hacer pie ni a qué agarrarse, Pero la rata de hoy era distinta. Era ligera como la luz. Nunca he visto cosa igual.»
El gato viejo dijo: «Lo que llamas reconciliación no proviene de la esencia profunda ni de la gran naturaleza. Es una reconciliación ficticia y artificial; es un truco. Con ella, lo que quieres es contrarrestar la combatividad del contrario. Y, como sólo piensas en eso, por más que disimules, el contrario lo nota. Y, aunque con ese espíritu te muestres conciliador, tu espíritu de combate se mezcla y lo perturba, quedando perjudicada la precisión de tu visión y actuación. Todo cuanto hagas con intenciones conscientes, obstaculiza la primaria vibración de la gran naturaleza que actúa desde lo profundo e impide el flujo de su libre movimiento. ¿Cómo podrá brotar en esas condiciones una energía maravillosa? Sólo si no se piensa nada, ni no quieres ni pretendes nada, sino que te. abandonas al impulso del ser, lograrás no tener forma aprehensible, y no surgirá en la tierra forma alguna antagonista; y entonces tampoco habrá enemigo que pueda hacerte resistencia”.
“Evidentemente, no pienso que todo cuanto habéis dicho sea inútil. Todas y cada una de estas técnicas pueden ser una variante del camino acertado. La técnica y este camino pueden perfectamente ponerse de acuerdo. En tal caso, el Gran Espíritu, el Dominador, está latente en ella y se manifiesta en toda acción del cuerpo. La fuerza del Gran Espíritu es la que apoya a la persona del hombre. Aquel en quien esa fuerza está liberada, puede enfrentarse correctamente a todo con infinita libertad. Si su espíritu está pacificado, aunque no ponga en la lucha energías especiales, ni el oro ni la piedra lograrán corromperle ni. destruirle. Lo único importante es que no entre en juego ni una brizna de la consciencia del yo, de lo contrario, todo está perdido. Y si se mezclan pensamientos, aunque sea de manera fugaz, todo queda falseado. Ya no brota de lo profundo de la esencia, ni del impulso primario del cuerpo bien dirigido. Y entonces tampoco el contrario se pondrá de acuerdo con nosotros, sino que tratará de oponerse. ¿Qué camino o táctica emplear? Unicamente si tienes esa mentalidad que está liberada de toda consciencia, si actúas como si no actuaras, sin trucos ni segundas intenciones, en perfecta armonía con la Gran Naturaleza, estarás en el buen camino. Abandonemos toda pretensión, ejercitémonos en la abnegación de toda intención y hagamos que todo brote simplemente desde lo profundo del ser. Este es el camino sin fin, e inagotable.»
Y el viejo gato añadió algo notabilísimo: «No creáis que lo que he dicho es lo más excelso. Hace no mucho tiempo que en un lugar vecino al mío había un gato. Se pasaba el día durmiendo. No se advertía en él nada de energía espiritual. Allí se estaba tendido como un tronco. Nadie lo había visto cazar una rata. Pero, donde él estaba, no había ni una rata. Un día que le visité, le pregunté qué explicación tenía esto. No dio ninguna respuesta. Volví a repetir la pregunta hasta tres veces. El callaba. No es que no quisiera responder, pero evidentemente no sabía qué responder. Entonces caí en la cuenta: el que sabe algo, no lo dice; y el que dice algo, lo ignora. Este gato se había olvidado de sí mismo y de cuanto lo rodeaba. Había alcanzado «la nada» y con ello, la más elevada cima de la carencia de pretensiones. Y ahora podemos decirlo, había arribado al camino divino de la milicia: vencer sin matar. Con él estoy de acuerdo”.
Shoken oía todo esto como quien sueña. Se acercó, saludó al gato viejo y dijo: «Hace mucho que me ejercito en la esgrima, pero aun no he llegado a la cima. He escuchado vuestras consideraciones y creo que he entendido el significado de mi camino; pero os ruego con todo empeño que me digáis algo más sobre vuestro secreto.»
El gato viejo le respondió: «¿Cómo puedo hacerlo? Yo no soy más que un animal que se alimenta de ratas, ¿cómo puedo yo saber algo de las cosas humanas? Lo único que sé es que la finalidad de la esgrima no consiste únicamente en vencer al adversario. Más bien es el arte de llegar, en un momento dado, a la gran claridad de la base misma de la vida y la muerte. Un verdadero caballero debería, en todo entrenamiento técnico, cuidar el entrenamiento espiritual de esta lucidez. Además deberá, ante todo, analizar la doctrina, la razón de ser de la vida y la muerte, de la necesidad de morir. Esta gran lucidez sólo la alcanza el que está liberado de todo lo que le desvía de este camino, especialmente de todo pensar concretizador. Si a la esencia profunda y al encuentro con ella se les da libre curso, liberadas del yo y de todas las cosas, pronto hará aparición aquello que es lo único importante. Pero si tu corazón se apega, aunque sea pasajeramente, a alguna cosa, tu esencia queda también aprisionada con las apariencias de algo consistente. Y si se ha convertido en algo consistente, automáticamente allí hay un yo consistente también, y al que se le puede hacer resistencia. Y ya tenemos dos seres enfrentados por la supervivencia. Y en este caso quedan frenadas las admirables funciones de la esencia que posibilitan el progreso y el cambio. Entonces ya tenemos el torcedor de la muerte y hemos perdido la lucidez propia de nuestra esencia. Con esa mentalidad, ¿cómo enfrentarse correctamente al adversario y contemplar con tranquilidad el dilema Victoria-Derrota? Y, aunque se logre la victoria, no es sino una victoria ciega que nada tiene que ver con el sentido de la verdadera esgrima. Liberarse de todas las cosas no es pura teoría. El ser, en cuanto tal, no tiene figura ni fisonomía propia de por sí, está más allá de todas las formas. Ni debe atesorar nada en sí mismo. Pero si nos fijamos y nos asimos a algo por insignificante que sea, aun por un momento, la gran energía queda refrenada y el equilibrio original de fuerzas queda desbaratado. Si el ser queda aprisionado, por poco que sea, pierde su habilidad de movimiento y no brota con toda su magnificencia. Si el equilibrio del ser profundo se perturba, su fuerza, si es que fluye, se desborda; en caso contrario, es insuficiente. Cuando se desborda, irrumpe incontenible. Cuando es insuficiente, el espíritu se debilita y decae y no consigue adaptarse a las situaciones. Lo que llamo liberación de las cosas significa, pues, lo siguiente: si no retenemos las cosas, ni nos apoyamos ni fijamos en nada, ya no hay antinomias. Ni Yo ni anti -Yo. Si algo sobreviene, lo enfrentamos con espontaneidad y no dejará huella tras de sí. En el «I - Ching» (Libro de los Cambios), esto se expresa así. «Sin pensar, sin emociones, en perfecta calma; sólo así podemos testimoniar la esencia y la ley de las cosas de manera espontánea y podemos identificarnos con el cielo y la tierra. El que ejercita la esgrima de este modo y lo entiende así, está muy cerca del verdadero camino.»
Shoken, al oír esto. preguntó: «¿Qué significa eso de que ya no hay yo ni anti-yo, sujeto ni objeto?»
El gato respondió: «Sólo cuando - y porque - hay un yo, hay también un enemigo. Si no nos erigimos en yo, tampoco encontraremos opositor. Lo que llamamos así no es sino una forma de expresar la contrariedad. En tanto que los seres adoptan una forma, provocan la existencia de una contra-forma. Siempre que algo se consolida como un Algo, adopta automáticamente una forma propia. Si mi ser no adopta forma propia, tampoco habrá contra-forma. Y donde no hay oposición, tampoco hay opositor. Es decir, no hay yo ni anti-yo. Si nos abandonamos y nos relajamos, nos liberamos radicalmente de todas las cosas, y nos encontraremos en armonía con el mundo, identificados con todos los seres y dentro de la unidad del universo. Aunque la forma del enemigo desaparezca, me pasará desapercibido. Y no porque no lo hayamos percibido sino porque no nos detenemos en este hecho y el espíritu sigue libre de toda fijación, respondiendo en su actuar con libertad esencial y profunda”.
“Si el espíritu no está poseído por nada y él mismo está libre de toda posesión, el mundo mismo, tal como es, es nuestro mundo y una cosa con nosotros. Eso significa que. lo acogemos ya más allá de toda noción de bien y mal, de toda antipatía y simpatía. Ya no seremos prisioneros de nada ni apegados a nada del mundo. Todas las antinomias a que nos enfrentamos, ganancia y pérdida, bueno y malo, alegría y tristeza, tienen su origen en nosotros. En la inmensa amplitud de cielo y tierra nada hay tan digno de conocerse como nuestro propio ser. Decía un antiguo poeta: «Un granito de polvo en un ojo hace que el mundo desaparezca. Si no nos apegamos a nada, el lecho más angosto nos viene grande.» Es decir: si una mota de polvo nos molesta en un ojo, ya no lo podemos abrir, Porque se introduce allá, donde no existe visión clara sino cuando no hay ningún obstáculo. Esto puede servirnos de comparación para el Ser que es la luz que nos ilumina, distinta de todo lo que es algo. Pero si algo se interpone, la visión pierde toda su visión. Otro poeta decía: «Si nos vemos acosados de enemigos, por centenas de millares, podrán destruir todo lo que tiene forma o figura. Pero mi ser sigue siendo mío. por poderoso que sea el enemigo. Contra él no hay enemigos.» Dice Confucio: «No puede robarse el ser de la persona por insignificante que sea. Pero si el espíritu cae en la confusión, nuestro ser se vuelve contra nosotros mismos,»
“Es todo lo que puedo decirte, Concéntrate ahora y estúdiate a ti mismo. Un maestro puede dar enseñanzas y tratar de razonarlas. Pero captar la verdad sólo puedo hacerlo yo mismo. Eso es lo que se llama asimilación. La comunicación va de corazón a corazón. Es un adoctrinamiento que va más allá del saber y de la enseñanza. Esto no va en contra de la enseñanza del maestro. Comenzando con los ejercicios mentales de la antigüedad y el arte de formación de las mentes hasta las habilidades más admirables, la asimilación es la pieza clave y esta no se enseña sino de corazón a corazón, más allá de todo academicismo. El método de toda enseñanza consiste únicamente en aludir y referirse a aquello que el discípulo tiene dentro de sí mismo aun sin saberlo. No hay, pues, secreto alguno que el maestro pueda trasmitir a su discípulo. Enseñar es fácil. Oír también. Lo difícil es hacerse consciente de lo que poseemos dentro de nosotros mismos, encontrarlo y adueñarnos de ello. Es lo que se llama contemplación del propio Ser. Si esta contemplación se produce, tenemos la iluminación. Este es el gran despertar del sueño del error. Despertar, escrutar el propio ser, percepción de sí mismo, todo es una misma cosa.»
Ito Tenzen Chuya
Traducido del francés por Eugenio Grasset.
Tomado de Alcione.cl
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